¿No os habéis preguntado nunca si el destino está escrito o si no
lo está? Si perder a un familiar, ganar algún premio o conocer a nuevas
personas ha sido tu destino desde siempre, o si lo vas escribiendo tú según
pasan los años, las horas, los minutos, los segundos.
Tengo muy buenos recuerdos
de aquel fin de semana.
Salimos el viernes de Madrid
con Edu, un amigo de mi padre. Edu tiene poco pelo, pero no es calvo.
Con cabello canoso, ojos castaños y una mirada divertida, es muy simpático y
canta bastante bien. En Madrid hacía mucho calor,
así que viajar a León nos iba a venir genial. En el camino era yo la que ponía
las canciones, y justo en el kilómetro 224 paramos para tomar el tradicional
bizcocho de manzana. No era muy grande, pero llenaba. Esponjoso, con una capa
de manzana cortada en rodajas en la parte de arriba. Impresionante. Después de
eso, seguimos, ya con el sol de frente, y pudimos vislumbrar una de las puestas
de sol más bonitas, aun estando en la carretera. Antes de llegar a León nos
desviamos hacia la derecha y, tras pasar un par de pueblos, llegamos a
Villafeliz de la Sobarriba, una pequeña aldea con poca gente, pero con una
taberna que iba a ser nuestro hogar durante tres días y dos noches.
Bajamos del coche, y nos
recibieron Sonia y Pedrosa, los dueños de la taberna. Ambos
con cabello moreno, ojos castaños y también muy majos.
Nos dijeron que dejáramos las cosas en las habitaciones, y eso hicimos. Abrimos
una puerta estrecha y pequeña, y subimos unas escaleras que había a la
izquierda. Al llegar al piso de arriba, nos encontramos con un gran pasillo con
varias habitaciones, y dejamos las cosas en un pequeño saloncito con una batería,
sillones, una terraza, un ajedrez muy bonito y una televisión. Bajamos al
jardín, ya con las chaquetas puestas, y allí vimos a Patra con Leire, Javi, y
Leo. Patra también es morena, con ojos castaños, y muy divertida y
charlatana. Además de una de las mejores negociadoras del mundo del títere.
Javi es su marido, es alto, moreno, con ojos castaños y parece muy fuerte.
Leire es su hija, y Leo es el hermanito de Leire. Leire es una chica muy
cariñosa, charlatana, divertida y muy imaginativa. Gracias a ella ha nacido
este cuento. Me encantó su imaginación, y me dio unas ideas impresionantes.
Tiene el cabello castaño, ojos marrones y sonrisa dulce. Leo es un poco
terremoto, pero es muy gracioso con su “tatatata”.
Bajamos a un jardincito con
mesas, y allí conocí a Chelo y a Pepe. Chelo tiene el pelo moreno con
unas pocas canas, siempre va con gafas fucsias. Pepe también está un poco
calvo, aunque tiene un poco de pelo canoso. Y
cuando por fin nos sentamos para cenar, conocí a Paula, una joven de 23 años
con cabello castaño oscuro, ojos marrones, voz fina y dulce y una sonrisa
hipnotizadora, que también ha hecho que este cuento naciera. Y esta vez no es
por su imaginación (que seguro que la tiene), sino por las anécdotas que
contaba durante las comidas. Concretamente la cena de esa noche.
En esa cena hablamos de muchas
cosas, pero nos reímos mucho con la anécdota de Paula. Nos contó que un día se
fueron a su habitación ella y Laura (nunca supe quién era, pero por lo que me
contaban debía de ser un personaje muy divertido) y cuando miraron a un espejo
que había allí, a Paula le faltaba un brazo, así que esa habitación pasó a
llamarse “La Habitación de Los Espejos”. Esta historia también va de espejos y
de imaginación.
Después de la cena subimos a
las habitaciones, y aunque decían que Paula se había quedado con la de los
espejos, yo veía muchos espejos en todas partes.
A la mañana siguiente
desayunamos unas magdalenas y leche con cola-cao. Por la mañana se estaba muy
bien en la terracita, pero Leire y yo decidimos ir a despertar a Paula.
–Esa chica duerme más que yo,
y mira que aunque mi madre ronque, mi padre haga ruido con la nevera, empiece a
granizar, haya un tsunami, un terremoto, un huracán y un dragón me empiece a
escupir fuego, yo seguiría dormida… –le
dije a Leire entre carcajadas–. Qué, ¿la despertamos diciéndole que le falta un
brazo?
–Jajajaja –se rió Leire–, ¡buena
idea!
Así que nos acercamos a su
habitación… y descubrimos que Paula había desaparecido.
–¿Paula?
–¡Paula!
Entonces, vimos que la puerta
del armario estaba abierta, y decidimos entrar.
–Leire, estamos haciendo el
idiota. ¿Cómo va a…?
Me callé inmediatamente,
porque acabábamos de pisar nieve. Leire y yo no dijimos nada, y seguimos
andando hasta una pequeña plaza con una farola en medio. Y allí estaba…
–¡Paula! –gritó Leire
ilusionada, abalanzándose sobre ella. Justo en ese momento, un humano con… ¿patas?…
salió corriendo y Paula se giró hacia nosotras, desilusionada.
–Pero mirad lo que habéis
hecho… ¡Habéis asustado al fauno!
–Ah, ¿pero que lo conoces?
–¿Esto qué es, dónde estamos?
–Esto es Narnia –anunció
sonriente Paula.
Leire y yo nos miramos serias
durante unos segundos, e inmediatamente empezamos a reírnos.
–Narnia es un mundo
fantástico; no existe realmente, Paula –comentamos entre risas, que se fueron
apagando según íbamos viendo que el semblante de Paula seguía serio–. ¿Hablas
en serio?
–Claro que sí –afirmó Paula–, ¿qué
te creías?, ¿que era una dormilona? Esto es lo que hago cada mañana. Cada día
hay una aventura nueva.
–Eh… Pues sí, he llegado a
planteármelo. Lo de dormilona, digo –comenté.
–Bueno, ya que estáis aquí,
venid conmigo. Aquí Narnia es del tamaño de Villafeliz. No creo que tardemos
mucho en dar una vuelta.
Leire y yo, fanáticas totales
de las historias de Narnia, aceptamos encantadas. Seguimos a Paula por un
camino nevado completamente y escondido en la espesura del bosque. De vez en
cuando veíamos algún árbol que nos saludaba moviendo ligeramente sus hojas. A
lo lejos, vimos un gran castillo, y cerca de nosotras, un gran lago helado.
–Maja, eso de que es del
tamaño de Villafeliz… –dije yo.
–Vine aquí porque recibí una llamada
de socorro –me interrumpió Paula–. Alguien necesita nuestra ayuda.
–Bueno –comentó Leire–, pues
ayudémosles y nos vamos.
–Ya –respondió Paula, seria–,
pero hay un problema. No sé de dónde vino esa llamada de socorro…
–Ah, genial… –ironicé.
–Por eso hay que llegar al
castillo. Allí estarán los reyes.
–¿Te refieres a…? –preguntamos
ilusionadas Leire y yo.
–Sí, me refiero a Lucy,
Edmund, Susan y Peter.
Leire y yo nos miramos, y
empezamos a gritar como locas. ¡Conocer a los reyes y reinas de Narnia!
Impresionante. Paula siguió andando, y nosotras la seguimos. El camino no se
hizo muy pesado, y rápidamente llegamos al castillo.
–Cair Paravel… –susurramos
esta vez todas, emocionadas.
El castillo se alzaba sobre
una gran colina frente al mar, y tenía torres por todas partes. Cair Paravel no
solo era un castillo, tenía también casas, tiendas, bares, gente. Las tres
seguimos andando, y tras pasar un puente, entramos en las calles de Cair
Paravel. Después de caminar un buen rato, llegamos por fin al palacio. Este
disponía de muchos pasillos y habitaciones, pero a nosotras nos guiaron hasta
una gran sala, repleta de centauros armados que hacían un pasillo hasta los
reyes y reinas. Al llegar, nos inclinamos ante ellos.
–Levantaos –ordenó Peter–, ¿quiénes
sois?, ¿qué os trae por aquí, miladies?
–Alguien me avisó de que había
un gran peligro acechando estos territorios –respondió Paula–, pero no sé de
dónde vino el aviso, mi señor.
Peter miró a sus hermanos, nos
volvió a mirar a nosotras, y dijo:
–Fuimos nosotros. Susan tocó
su cuerno.
Nosotras nos miramos,
alucinadas. ¿Los reyes de Narnia necesitan ayuda?
–¿Qué podemos hacer por
vosotros, majestades?
–Hay un ejército tras el lago
–respondió Peter–, hay muchos narnianos muriendo por su culpa. No conseguimos
ganar ninguna batalla, aunque sí provocar bajas importantes en su ejército para
que no se atrevan a pasar del lago. Pero sé que algún día lo harán. Nos estamos
quedando sin tropas. Y para cuando crucen las aguas… habrán terminado con
nuestras defensas y será nuestro fin.
–Os llamé para que nos
ayudarais –comentó Susan.
Nos quedamos perplejas.
–Mis reyes… Lo sentimos, pero
no sabemos cómo podemos ayudar en esto…
Nos quedamos todos en
silencio, hasta que Leire gritó:
–¡LO TENGO! Ya sé qué hacer.
–A ver qué ha pensado esta… –comenté
yo.
–Os va a gustar. Sobre todo a
ti, Paula… –rió Leire–. Mirad, ¿tenéis los mismos espejos que los que tiene
Paula en su habitación?
–Sí, los pusimos nosotros.
–Genial. Pues que cada
guerrero coja uno, y así hacéis una barrera con espejos. Esos espejos… son
mágicos, ¿verdad?
–Sí –sonrió Edmund–, los hice
yo.
–Me lo imaginaba. Y hacen que
la gente vea que le falta algo del cuerpo, ¿me equivoco?
–No, no te equivocas –rió
Edmund–, los creé para gastar una broma a los de palacio. Todos creyeron que
les faltaba un brazo, o una pierna.
–Pues cuando los enemigos
alcen su espada y vean que no tienen brazo…
–Se asustarán y pararán un
momento para mirar la parte del cuerpo que les falta –completó la frase Lucy,
sonriente.
–Entonces será nuestro momento
–dijo Peter–, podremos atacarles con todo lo que tengamos.
–Estaréis de broma, ¿verdad?
–preguntó Paula.
–Qué va.
–Ejem, ejem… –comenté yo–, soy
una fanática del mundo de los romanos. Y de los griegos. Si mezcláis las
falanges griegas con las legiones romanas, seréis invencibles.
–¿Qué? –preguntaron los reyes,
sin comprender nada de lo que les acababa de decir.
–Oh, venga ya, ¿no sabéis
quiénes eran los romanos y los griegos? –les pregunté, asombrada.
–Pues no.
–Los griegos tuvieron a un
jefe llamado Alejandro Magno, que utilizando las falanges, que es una
estrategia bélica, no perdió ni una batalla en su vida. Y los romanos fueron
los únicos que pudieron, tras un gran esfuerzo, vencer a las falanges,
utilizando las legiones, otro tipo de estrategia bélica; y se convirtieron en
uno de los imperios más grandes del Mediterráneo. Llegaron a Egipto, y también
a Inglaterra, España y Grecia.
–Todo eso suena genial –dijo
Peter–, así que enséñanos cómo funcionan las falanges y las legiones. El
armamento lo ponemos nosotros.
–Mmm… ¿tenéis lanzas de más de
4 metros de altura? ¿Y escudos que os cubran todo el cuerpo, excepto la cara?
–No, pero los haremos.
Dicho eso, Peter se fue a la
herrería, y a nosotras nos asignaron unas habitaciones. Eran grandes, pero no tenían
muchos adornos. Una tele, una cama, una mesilla, un armario, un baño y una
estantería con libros. Esos días los pasamos leyendo, mientras los reyes se
dedicaban a hacer más espejos y lanzas y escudos. Así que cuando llegó el día,
tan solo quedaba explicarles cómo se formaban las legiones y las falanges.
–La falange está diseñada para
el apoyo mutuo de los soldados. En formación, los escudos están hechos para
proteger el lado izquierdo del dueño, y el derecho del compañero de al lado.
Las lanzas se ponen a la altura de vuestra cintura y siempre hacia el frente.
Así, con escudos y lanzas, seréis una pared infranqueable, ya que para llegar a
vosotros los enemigos tendrán que atravesar cuatro metros de lanza. La segunda
fila protege a la primera, la tercera a la segunda… Y si alguien delante de
vosotros muere, le sustituís. Pero nunca podéis dejar huecos libres. Nunca.
Avanzaréis con pasos pequeños, pero fuertes. Que retumbe el suelo. Y si veis
que las lanzas no funcionan más, por filas, las vais dejando y os ponéis a
atacar con espadas. Los arqueros os cubrirán las espaldas.
Todos los que eligieron ser
parte de la falange se fueron yendo al campo de batalla.
–Y los que quedáis sois los
más importantes. Las legiones se componen de la caballería, con 300 jinetes
divididos en 10 unidades de 30 hombres; la infantería ligera, que son arqueros,
o soldados que tiran jabalinas, lanzas…; y la infantería pesada, la unidad principal de
la legión. Esta parte está compuesta por los jóvenes, que van delante; los adultos,
que van en medio, y los mayores, que van al final. Avanzaréis poco a poco, como
las falanges, y os cubriréis con el escudo. Los de la segunda fila agarrarán de
la túnica a los de la primera, y así todos, para que a los enemigos les sea más
complicado tiraros hacia atrás. Vosotros tenéis el “gladius”, un arma letal si se
sabe manejar bien. Así que lanzad buenas estocadas, sobre todo a los pies. Si
conseguís tirar al enemigo, ganaréis.
Y la batalla comenzó. Leire
tenía preparados los espejos, y los enemigos, perplejos, se pararon un momento
para mirar si tenían todo. Los arqueros,
entonces, lanzaron flechas con fuego sobre los enemigos, a la vez que las
falanges empezaban a caminar, haciendo temblar el suelo. Las primeras filas del
ejército enemigo quedaron reducidas a cenizas en un momento, y los que se enfrentaron
a las lanzas de más de 4 metros acabaron perdiendo. Fue entonces cuando una de
las falanges se dividió en dos, rompiendo las filas, y los soldados cayeron uno
a uno, sin parar.
–¡Legiones, preparadas!
Las legiones comenzaron a
bajar la colina y ayudaron a las falanges, que se recuperaron gracias a las
legiones.
–¡Caballería! –gritó Peter–,
¡conmigo!
Y dicho eso, bajó rápidamente
la colina y, rodeando la legión y las falanges, se unió al combate por los
flancos izquierdo y derecho. Paula, Leire y yo cogimos nuestros arcos, y con
los demás arqueros, hicimos que llovieran flechas por todo el flanco enemigo.
Los guerreros pudieron entrar en territorio enemigo y matar a todo aquel que
quisiera huir. Incluso al jefe.
Y así ganaron la batalla.
Por la noche celebraron una
fiesta, pero nosotras no nos pudimos quedar. Teníamos que volver a casa. El
camino de vuelta fue triste. Pero al menos la llegada de la primavera a Narnia se
notaba. El lago comenzaba a ser agua, las flores de los árboles empezaban a
asomar. El sol brillaba con más intensidad. Paula se despidió del fauno, y tras
eso, atravesamos de nuevo el armario, lleno de ropa. Caímos en el suelo de la
habitación y bajamos con los demás.
–¡Aquí está la dormilona!
–gritó Sonia–. Qué, ¿un café?
–Encantada –respondió Paula,
dedicándonos una sonrisa.
No volvió a ocurrir nada fuera
de lo normal. Ese día nos lo pasamos bomba, al menos yo. Después de desayunar
fuimos a los columpios, al lado de la iglesia. Mi padre se tiró por el tobogán
de cabeza, y a la vuelta echamos un partido de ping-pong. Fue divertidísimo.
Tras eso, Paula, Leire, mis padres y yo jugamos unas partiditas de cartas, y
después comimos. Nos echamos la siesta y luego ayudé a mi padre con el sonido
de la obra de teatro. Me lo pasé genial. Después de ayudar a mi padre a
desmontar el teatrito, me fui de paseo con Patra, Chelo, Pepe, Leo y Leire. Al
volver, no encontrábamos a mis padres y a Edu, y nosotras ya sospechábamos que
quizá se habían ido a Narnia, pero luego aparecieron. Cenamos hamburguesas, y
después pudimos disfrutar de las canciones cómicas de Edu y Patra. Fuimos a ver
las estrellas y a dormir. A la mañana siguiente Paula descubrió que el paso a
Narnia a través del armario se había cerrado. Además de eso, todos sabíamos que
era el último día, que teníamos que volver a nuestras respectivas casas. Y eso
me entristeció mucho.
Por eso me pregunté si había
sido el destino quien me había presentado a esas maravillosas personas con las
que pasé uno de los mejores fines de semana de mi vida, o si había ido
escribiéndolo yo, según pasaban los años, los días, las horas, los minutos y
los segundos. Pero es que, como he dicho antes, guardo muy buenos recuerdos de
ese fin de semana. Recuerdos. El destino quiso que me encontrara con esas
personas, y propuse lo único que, pase lo que pase, sabe guardar bien un
recuerdo:
Una foto.
Nos hicimos una foto, todos
juntos, para recordar ese fin de semana, para recordar nuestras caras, nuestra
amistad, nuestras risas, nuestras voces, nuestros partidos de ping-pong,
nuestras partidas de cartas. Para recordar las historietas de espejos y los
viajes a Narnia.
Una foto, para recordar todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario