Cada mañana el tren se detiene,
acompañado de un suave bufido
junto al sonido de mi latido
en una estación que me entretiene.
Cada tarde un andén lleno
se vacía por completo
para dejar paso a un amor discreto
y muchas veces hasta tierno.
Destinos dispuestos a encontrarse
en un mar de casualidades
que se abrazan gritándose verdades,
prometiendo jamás separarse.
Destinos que debían encontrarse
y formar un océano de recuerdos,
mantenerlos a flote con veleros
y de ellos no olvidarse.
Y ahora, lectores, escuchad,
este sentimiento del que tan poco he hablado
y que tanto me ha desarmado,
se trata de una gran amistad.
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