Entonces,
el sonido de las espadas empezó a oírse. Los gritos de guerra eran terribles.
Los tambores de la Rebeldía hacían temblar de miedo a los soldados enemigos. No
se sabía muy bien cómo, pero la guerra había empezado.
Unos
meses antes, Elva dormía plácidamente en su cama. Elva, con 13 años recién
cumplidos, tenía el cabello negro, tez lechosa, nariz puntiaguda y un corazón
valiente, sincero y amable. Vestía con ropa harapienta, pues era más bien
pobre. Vivía en Read, un pequeño pueblo cerca de la capital, Books. Tenía un triste pasado; sus padres habían
desaparecido misteriosamente cuando ella era pequeña. Desde entonces había
vivido con su abuela, hasta que, hacía un año, su abuela había fallecido a los
93 años. Ahora vivía sola, sin nadie. Pero había aprendido a cuidarse por sí
misma.
Tras
desayunar, se vistió y se fue al colegio. Era una chica tímida, y no hablaba
con mucha gente. Tenía un grupo de amigas, pero tampoco era de las que más
hablaba. Prefería estar sola con su libro, que hasta el momento siempre había
sido su mejor amigo.
A
primera hora tenía lengua. Era una clase que le gustaba, no como la que venía a
continuación: matemáticas. No lograba pillarles el sentido. Sabía que le iban a
venir muy bien, pero le costaba mucho conseguir entenderlo a la primera, o
segunda, ¡o incluso a la tercera! Siempre lo entendía a la quinta o a la sexta.
Cuando sonó el timbre, suspiró aliviada. Y bajó rápidamente al patio.
Como
en todos los colegios, siempre hay unos chulos que se creen los mejores y que
se meten con la gente que creen que no es guay. Pues en este, el de Elva, por
desgracia, también había. Al salir al patio, un grupo de chicas se las
ingeniaron para acorralarla.
-Eh,
lectora, qué te parece si jugamos un poco, ¿eh? –dijo una de ellas, parecía la
“líder”. Las demás rieron. Se dirigían a ella. Elva sintió miedo, el grupo se
las había ingeniado también para impedir que sus amigas pudieran ayudarla. Miró
a todos lados, mareada.
Entonces
ocurrió.
De
su boca empezó a salir un murmullo, y de sus manos una especie de niebla rosa y
blanca que empezó a rodearla como si estuviera dentro de una gota de agua. No
sabía cómo lo había hecho, pero le gustaba.
Las
que se dirigían a ella rebotaron contra la niebla. Esa niebla no paraba de
salir, y se sentía cada vez más agotada. Pero sabía que no podía parar, o
llegarían a ella. De repente, se sintió muy mareada. Entonces, todo se volvió
negro.
Se
despertó en una especie de cabaña de madera en medio de un bosque. La cabaña se
encontraba vacía, ya que no había más espacio que para una persona. Se intentó
levantar, pero se cayó; aún estaba demasiado débil.
-No
lo intentes –dijo una voz grave desde atrás–, no lo conseguirás.
-Ja,
tú no me conoces –contestó Elva–, si quiero puedo. –Y dicho eso, Elva hizo un
esfuerzo y se levantó. Se sintió mareada, y se apoyó en la madera. Más tarde,
ya podía ver con claridad y andar normal. El que parecía haberle hablado era un
hombre fuerte, alto, y con un montón de cicatrices. Tenía los ojos marrones, y
el pelo verde. Y la cara… se veía que había participado en numerosas guerras y
siempre había resultado herido. Y bueno, en cuanto a la cabaña, era más grande
de lo que pensaba. Detrás de donde ella había estado tumbada, había una gran
estantería con libros y una…una… ¿una maleta?
-Es
tuya –dijo el hombre adivinando los pensamientos de Elva–, la cogimos con
accesorios que creímos que te iban a sentar bien. Por cierto, me llamo Croil, y
soy un guerrero de la Rebeldía.
-Ah,
encantada. Me llamo Elva.
-Bien,
pues hechas las presentaciones, acompáñame –dijo Croil, y se fue. Elva se
apresuró por seguirle. Al salir de la cabaña, se dio cuenta de dónde había
estado: en lo alto de un árbol. Todo el mundo salía de sus cabañas (algunas se
encontraban más altas que Elva y otras por debajo) y se dirigían hacia un gran
centro, que, supuso ella, sería como el foro de los romanos. Todos los caminos
estaban hechos a cincuenta metros del suelo y
con cuerdas y trozos de madera. Se balanceaban un poco, pero parecían
seguros. Croil la llevó hacía el centro, y una vez allí, vio que no se había
equivocado. Allí era donde todos hacían sus compras, se encontraban con gente,
iban a trabajar…y, al fondo, había un imponente edificio de madera: el palacio
real. Estaba hecho de madera, pero parecía resistente. Tenía antorchas y un
escudo en medio que le hacía parecer más temible. En él se veía una bola de
fuego que no paraba de moverse entre las paredes del escudo. Al entrar, estaba
todo lleno de cuadros de anteriores reyes y reinas y un montón de antorchas.
Torcieron a la derecha, subieron unas escaleras, torcieron a la izquierda,
siguieron recto y… unas puertas mágicas se abrieron dejando a la vista una gran
sala donde el rey estaba sentado. Bueno, o eso creía.
-Hola,
padre. He estado cuidando de tu sitio, como ordenaste.
-Bien,
gracias, hijo.
-¿Padre,
hijo? –preguntó Elva, anonadada.
-Sí,
soy el rey. Y él, mi hijo; el príncipe Lothas, heredero al trono de la
Rebeldía.
Elva
se fijó en Lothas: era elegante, guapo, rubio, con ojos verdes y una sonrisa encantadora.
Vestía un traje azul con pequeñas piedras preciosas incrustadas en él, una
vaina de esmeralda y una pequeña corona de príncipe.
-Ah,
pues… -inclinándose, Elva dijo–: hola, majestades.
-Por
favor, no nos llames así –dijo Croil, sonriendo–, para ti somos Croil y Lothas,
¿vale? Él te enseñará a manejar la espada, la magia, y te explicará las cosas
que él piense que no son secretos. Empezarás mañana después de desayunar. Por
cierto, se desayuna, se come y se cena aquí. A partir de las siete tienes tiempo
de hacer lo que quieras, pero hasta entonces, no. Bien, y dicho esto, Lothas te
acompañará a tus aposentos.
Lothas
se dirigió a ella, y le dijo:
-Acompáñeme,
señorita.
A
Elva le hacía gracia, pues no tenía más que trece años y ya la trataba de “señorita”.
Se preguntó entonces cuántos años tendría el príncipe. Y también por qué no
había preguntado ya las millones de cosas que le rondaban por la cabeza.
Decidió callarse y curiosear más tarde.
-Aquí
es –dijo el príncipe. La habitación era mucho mejor que la cabaña. Tenía unos
sillones, una mesa táctil, una televisión, una gran cama, un armario y… su
maleta. Elva sonrió.
-Ponte
cómoda y haz lo que quieras pero en una hora te espero abajo, en la entrada. En
ese momento podrás preguntar todas las cosas que sé que te rondan por la
cabeza.
-¿Cómo…?
-Un
caballero nunca revela sus secretos –sonrió el príncipe, y cerró la puerta. Una
hora después, Elva y Lothas estaban sentados en una cabaña con vistas. Lothas
le contó que ellos no eran elfos, ni humanos, ni magos, ni nada de eso. Eran
una especie desconocida, que venía de un sitio desconocido.
-Solo
los grandes sabios saben de dónde venimos. Y para que te lo cuenten tienes que
ser un héroe –le explicó. Cuando Elva le contó la historia de sus padres y su
abuela, Lothas supuso que habrían sido guerreros de la Rebeldía y habían
fallecido valientemente. Y tras dos horas de conversación y después de una cena
maravillosa, se fueron a dormir.
A
la mañana siguiente, Elva fue a entrenar con Lothas. Todos los días hacían lo
mismo: primero espada, luego daban un poco de historia, y después de comer
practicaban cómo controlar la magia. Después, se duchaban, pasaban el tiempo
libre juntos, cenaban, y a dormir. Así pasaban los días, y poco a poco Elva se
fue acostumbrando. Los grandes sabios la observaban de vez en cuando con una
sonrisa, y Elva nunca sabía qué podía significar eso. Pero ocurrió algo que
nadie se esperaba. Elva y Lothas, de tanto tiempo que estaban juntos, terminaron
por enamorarse.
Pasaron
meses, hasta que los grandes sabios llamaron a Elva y le dijeron que iba a ser
una gran heroína, y que por eso habían decidido contarle la historia de sus
padres. Bueno, eso, y algo más.
-Tu
padre se llamaba Phil –empezaron a decir– y tu madre Amanda. Phil era un
descendiente directo del primer Rebelde, y tu madre era como tú, una asustadiza
alumna que de repente hizo magia. Se enamoraron igual que tú y Lothas.
-Pero
quiero saber también de la Rebeldía –dijo Elva.
-La
Rebeldía nació por una razón: todos los seres humanos que eran acosados en el
colegio, siempre, no se sabe por qué, tenían un poder mágico que fluía por sus
venas, y debían ser enviados
inmediatamente fuera, lejos de casa. Nos llamamos la Rebeldía porque nos revelamos
contra un grupo de magos que quiere seres perfectos en este mundo. Ese grupo de
chicas que te estaban molestando fueron enviadas enseguida a su fortaleza, no
muy lejos de aquí. Tu misión será llamar al Alma, que te llevará enseguida a la
residencia del gran mago. Deberás matarle, y así terminar de una vez por todas
con la perfección en el mundo –le explicó un gran sabio–. Ah, sí, y tendrás que
llevar contigo unos cuantos guerreros. No queremos que nazca ningún mago
perfecto más. Con lo que has aprendido con Lothas, ¿podrás hacerlo?
-Lo
que sea, gran sabio. Estoy preparada –dijo Elva con valentía. E inmediatamente,
un montón de guerreros, incluido Lothas, entraron en el salón.
-Elva,
llévanos hasta ellos –le pidió Lothas. Elva se concentró, cerró los ojos, y
empezó a murmurar un conjuro. De repente, aparecieron en un lugar hecho de
madera, oscuro, y con un filo de luz al final.
-Shh
–dijo Elva–, a mi señal, todos salís corriendo, ¿ok?
Todos
asintieron. Elva se acercó a la puerta y lo vio: un gran mago estaba sentado al
fondo, y había un montón de guerreros esperándoles.
-Nos
esperan –dijo Lothas. Elva asintió. Y entonces añadió:
-Una,
dos y… ¡a por ellos!
Entonces,
el sonido de las espadas empezó a oírse. Los gritos de guerra eran terribles. Los
tambores de la Rebeldía hacían temblar
de miedo a los soldados enemigos. No se sabía muy bien cómo, pero la guerra
había empezado. Los guerreros le hicieron un pasillo a Elva mientras luchaban,
y ella se dirigió lentamente hacia el mago.
-Aquí
estás, canalla –le dijo.
-Te
llevo esperando meses, Elva. Qué pena que no hayas nacido perfecta –sonrió el mago–. Pongamos a prueba tus
magníficos poderes mágicos.
Entonces,
el mago lanzó una llamarada de fuego, que Elva esquivó. Se concentró y lanzó
otro hechizo, pero el mago lo paró, acumuló energía, y se lo devolvió. Era un
combate de magos auténticos. Uno lanzaba y el otro respondía. Pero Elva se dio
cuenta de que sus guerreros no aguantarían mucho, así que decidió utilizar un
truco que Lothas le había enseñado, y que nadie había conseguido completar.
Elva
cerró los ojos y se concentró, y, con una mano, creó un escudo mágico a su
alrededor. Con la otra empezó a hacer una llamarada de fuego. Elva la lanzó, y dio
forma a otra inmediatamente después. El mago le lanzó la bola, y en cuanto se
la lanzó, Elva volvió a lanzarle otra. La llamarada del mago rebotó contra el
escudo y se fue directamente hacia el mago. La llamarada de Elva se dirigió
también hacia él. El pobre mago, que nunca había conseguido almacenar tanta
energía y devolverla a su enemigo, no pudo hacer nada y las llamaradas le
alcanzaron. El mago cayó al suelo, muerto. Los demás guerreros, sin la magia de
su señor, de repente se quedaron sin fuerzas. El ejército rebelde remontó, y
ganó. Todos gritaron alegres; la perfección había acabado.
Elva
los llevó de vuelta, y esa misma noche hubo una fiesta en la Rebeldía.
Elva
se había puesto lo más guapa posible, con un vestido rojo. Lothas venía con su
clásico traje de príncipe.
-¿Me
concedería un baile, princesa? –dijo Lothas con una sonrisa elegante.
-Me
encantaría –dijo Elva riéndose. Bailaron miles de diferentes bailes. Y por fin,
descansaron. Se fueron a la cabaña con vistas donde, unos meses antes, Lothas
le había presentado el reino. Los dos rieron acordándose de aquel momento. Entonces,
se quedaron mirándose el uno al otro. Y ocurrió. Los labios de Lothas rozaron los
de Elva, y se dieron un beso apasionado.
-¿Cómo
es que besas tan bien, princesa? –preguntó Lothas, sonriendo. Elva rió.
-Si
un caballero nunca revela sus secretos, una maga tampoco –dijo riéndose. Y sus
labios volvieron a tocar los de Lothas. Lejos de casa, todo era perfecto.
FIN
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